sábado, 18 de noviembre de 2017

XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario

    Celebramos hoy por primera vez la Jornada Mundial de los Pobres, jornada que el papa Francisco ha establecido que se celebre todos los años y en toda la Iglesia el último domingo del Tiempo Ordinario, el Domingo XXXIII, previo a la fiesta de Cristo Rey. 

    Se trata de una Jornada verdaderamente significativa por estar centrada en los pobres, destinatarios preferenciales de las palabras y gestos salvadores de Jesús y llamados a ser, también hoy, «sin dudas ni explicaciones que debiliten este mensaje tan claro» (EG, n. 48), los destinatarios privilegiados de la vocación y misión de la Iglesia y los referentes desde los que está llamada a configurar los contenidos de sus proyectos y planes pastorales. 

    El lema que nos propone el papa Francisco para esta Jornada es bien elocuente: «No amemos de palabra sino con obras». En él recoge el imperativo del apóstol Juan que ningún cristiano puede ignorar: «Hijos míos, no amemos de palabra y de boca, sino de verdad y con obras» (1Jn 3,18). Un imperativo que nos hace salir de un amor con frecuencia manifestado en palabras y dar paso al amor manifestado en hechos concretos, especialmente cuando se trata de amar a los pobres al estilo de Jesús, que amó tomando la iniciativa y dándolo todo, incluso la propia vida (cf. Jn 3,16). 

    Con este motivo, recordemos dos objetivos que el papa Francisco propone para esta Jornada: 
    1.º En primer lugar, tiene como objetivo «estimular a los creyentes para que reaccionen ante la cultura del descarte y del derroche, haciendo suya la cultura del encuentro. Al mismo tiempo, la invitación está dirigida a todos, independientemente de su confesión religiosa, para que se dispongan a compartir con los pobres a través de cualquier acción de solidaridad, como signo concreto de fraternidad». 
    2.º Otro gran objetivo es promover una caridad que nos lleve a seguir a Cristo pobre y a un verdadero encuentro con el pobre: «No pensemos solo en los pobres como los destinatarios de una buena obra de voluntariado para hacer una vez a la semana, y menos aún de gestos improvisados de buena voluntad para tranquilizar la conciencia. Estas experiencias, aunque son válidas y útiles para sensibilizarnos acerca de las necesidades de nuestros hermanos y de las injusticias que a menudo las provocan deberían inducirnos a un verdadero encuentro con los pobres y dar lugar a un compartir que se convierta en un estilo de vida». Así nos da Francisco claves fundamentales para el ejercicio de la caridad: los pobres no son solo destinatarios de obras de buena voluntad, son sensibilizadores de nuestra conciencia y de la injusticia social y nos llaman al encuentro y a compartir la vida. 

    Para lograr estos objetivos propone Francisco algunas líneas de acción. 
    1.ª Identificar de forma clara los nuevos rostros de la pobreza: «Caras marcadas por el dolor, la marginación, la opresión, la violencia, la tortura y el encarcelamiento, la guerra, la privación de la libertad y de la dignidad, por la ignorancia y el analfabetismo, por la emergencia sanitaria y la falta de trabajo, el tráfico de personas y la esclavitud, el exilio y la miseria, y por la migración forzada. La pobreza tiene el rostro de mujeres, hombres y niños explotados por viles intereses, pisoteados por la lógica perversa del poder y el dinero». 
    2.ª Acercarnos a los pobres, sentarlos en nuestra mesa y dejar que nos evangelicen: «En ese domingo, si en nuestro vecindario viven pobres que solicitan protección y ayuda, acerquémonos a ellos: será el momento propicio para encontrar al Dios que buscamos. De acuerdo con la enseñanza de la Escritura (cf. Gn 18, 3-5; Hb 13,2), sentémoslos a nuestra mesa como invitados de honor; podrán ser maestros que nos ayuden a vivir la fe de manera más coherente». 3.ª Promover encuentros con los pobres e invitarlos a participar en la Eucaristía: «Es mi deseo que las comunidades cristianas (…) se comprometan a organizar diversos momentos de encuentro y de amistad, de solidaridad y de ayuda concreta. Podrán invitar a los pobres y a los voluntarios a participar juntos en la Eucaristía de ese domingo».

    La parábola de los talentos nos hace tomar conciencia de que todos somos sujetos de necesidades y de capacidades. También los pobres tienen bienes y dones que aportar y compartir. Todos podemos sentarnos y compartir la misma mesa. Y todos necesitamos expresar y alimentar la comunión en la mesa de la Eucaristía, que es la que nos configura con Cristo. Por eso, dice Francisco: «Si realmente queremos encontrar a Cristo es necesario que toquemos su cuerpo en el cuerpo llagado de los pobres como confirmación de la comunión sacramental recibida en la Eucaristía». 

    La Eucaristía nos configura con Cristo. Esta configuración nos lleva a descubrir su rostro en el rostro de los pobres y a recibir su cuerpo cuando tocamos el cuerpo llagado de los pobres.

    Recordemos, con palabras de Benedicto XVI, que una Eucaristía que no comporte un ejercicio práctico del amor es «fragmentaria» (DCE, n. 14). Pablo, de manera más radical, dirá que es «escandalosa» (cf. 1Cor 11,21). Agrandemos hoy la mesa y que tengan lugar especial, muy especial en ella, los más pobres de nuestra comunidad y de toda la tierra.

    Les dejamos el enlace con las lecturas y un video del Evangelio.




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