sábado, 24 de junio de 2017

XII Domingo del Tiempo Ordinario

   Las lecturas de hoy nos enfrentan con una dura realidad: la fidelidad a Dios conlleva indefectiblemente el conflicto. Así Jeremías nos relata cómo sus propios amigos buscaban su traspiés, y Jesús animaba a sus discípulos a que no temieran a los que matan el cuerpo pero nada pueden contra el alma. En la revelación bíblica, el conflicto no sólo se libra contra los de fuera, sino también con los hermanos en la fe (cf. 1 Cor 11,17- 22) y en el mismo interior de cada uno (cf. Rm 7,7-25). ¿Por qué esta necesidad del conflicto? ¿Acaso Dios no lo pudo hacer de otra manera? El carácter ineludible del conflicto, sin embargo, no se debe al querer divino, sino a la libertad humana. Según la segunda lectura, el pecado, el conflicto y la muerte han entrado en el mundo por la desobediencia de Adán, de la que todos participamos. Pero Dios no nos ha abandonado al poder del mal, sino que ha desbordado su gracia en Jesucristo. Tengamos esperanza.
   Las lecturas de hoy nos ofrecen algunas recomendaciones para afrontar el conflicto: ante todo, ahuyentar el miedo y confiar en Dios, sabiendo que Él es «mi fuerte defensor» (Jer 20,11) y valemos mucho para Él (Mt 10,31); además, evitar tomarnos la venganza por nuestra cuenta, sólo Dios es justo (Jer 20,12); y, por último, orar sin desmayo, como el salmista, para encomendarnos a él.
   Me permito dos sugerencias finales, aparentemente contradictorias: evitar, por un lado, el complejo de víctima y la manía persecutoria, a veces la supuesta persecución es más mental que real; y, por otro, rechazar el sentimiento de culpa por reconocerse débil, para nada un héroe. De hecho, la lamentación ante Dios es una oración legítima: así oraron Jeremías, Job, los salmistas... y el mismo Cristo en la cruz.
   Les dejamos el enlace con las lecturas y un video del Evangelio.


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